Tocó con Charlie Parker y Dizzy Gillespie, aunque ésa estuvo lejos de ser la parte más importante de su brevísima carrera. Grabó apenas unos pocos discos. Durante casi veinte años se dedicó sólo a la enseñanza. Casi nadie, fuera del jazz, conoce su nombre. Y, sin embargo, Lennie Tristano, además de dejar tres álbumes extraordinarios e irrepetibles, fue quien más influyó en los estilos futuros del género. Que el argentino Ernesto Jodos le haya dedicado un disco, como antes lo había hecho el estadounidense Anthony Braxton, y que acabe de editarse en Argentina, por primera vez en CD, el histórico Tristano, de 1955, pone en escena, nuevamente, la vieja pregunta: ¿Quién fue ese pianista ciego al que tan pocos escucharon y sin el cual el jazz jamás habría sido lo que fue?
Entre 1954 y 1955, el pianista Lennie Tristano hizo algo levemente distinto que lo habitual: grabó, en el estudio que tenía en su propia casa, varias sesiones con su trío, del que formaban parte el contrabajista Peter Ind y el baterista Jeff Morton. Y, el 11 de junio de 1955, también registró su actuación en el Sing Song Room del Restaurante Confucius de Nueva York, con Gene Ramey en contrabajo, Art Taylor en batería y uno de sus discípulos, Lee Konitz, en saxo alto. Había unas grabaciones ya famosas en el mundo del jazz, o, mejor dicho, en el de los músicos de jazz, que había realizado con un sexteto, en 1949. Estaban, de unos años antes, sus participaciones en la orquesta Metronome All Stars, con Charlie Parker y Dizzy Gillespie. Y, más tarde, llegarían sus solos de piano registrados nuevamente en su casa, entre 1960 y 1961. Después sólo daría clases, hasta su muerte en 1978. Pero Tristano, ciego desde la niñez y recibido en el American Conservatory de Chicago a los 24 años, ya era un músico secreto –el más influyente de todos ellos–, y una leyenda, aún antes de su prematuro retiro.
En 1949 había inventado lo que mucho después se llamaría free jazz, al encarar dos temas, “Intuition” y “Digression” sin ninguna pauta acórdica ni temática previa. En 1955 alteró las
velocidades de las cintas porque “de esa manera sonaban mejor”, utilizó sobregrabaciones, para lograr un nivel de polirritmia aparentemente imposible de conseguir en una sola toma y, a partir de las críticas que llegaron a decir que eso no era jazz, cinco años después grabó solo, consiguiendo precisamente eso que había parecido imposible: superponer, en vivo y por un solo intérprete, patrones rítmicos absolutamente diferentes entre sí. Y, lo mejor de todo, lo hizo con swing. Había nacido en 1919 y el último 11 de noviembre se cumplieron treinta años de su muerte, a los 59. De su vida privada no se sabe casi nada. Y de la parte pública, más allá de que haya sido el creador de la primera academia de jazz y que no haya músico actual que no se considere su discípulo, haya o no estudiado allí, tampoco es mucho lo que ha quedado: tres discos, los homenajes más dispares, entre ellos los del saxofonista Anthony Braxton y el pianista argentino Ernesto Jodos, que le dedicó un disco en el que, más que sus piezas, lo que es recordado es su espíritu y una concepción abierta del jazz, y una estilística que encarnó en sus seguidores más directos, los saxofonistas Lee Konitz y Warne Marsh, el arreglador Bill Russo –que fue orquestador de la Stan Kenton entre otros–, el guitarrista Billy Bauer, el baterista Kenny Clarke (uno de los pocos que podía seguirlo, según Marsh) y el pianista Sal Mosca y que, como esas corrientes submarinas que cada tanto llegan a la superficie e incluso a las playas, puede detectarse en Charlie Mingus, Bill Evans, Bill Frisell, Keith Jarrett o Pat Metheny.
Como muchos otros discos fundamentales, el histórico Tristano, con sus grabaciones de 1954 y 1955, nunca había sido editado localmente en CD. Había una publicación anterior, aunque importada, en la que se lo juntaba con The New Tristano, una solución más económica pero con un grave problema. Por razones de espacio se omitía el que tal vez sea el tema más importante de esos geniales solos de piano, “C Minor Complex”. La elección de la división argentina de Warner, el sello propietario de los derechos de estas grabaciones producidas para Atlantic por Nesuhi Ertegun y por Tristano, según el caso, es sin duda mejor: respetar los dos discos tal como salieron a la venta originalmente (The New Tristano será publicado próximamente). El CD incluye cuatro temas grabados con trío, “Line Up”, “Requiem”, “Turkish Mambo” –con las controvertidas e intrincadísimas sobregrabaciones– y “East Thirty-Second”, y cinco en vivo y con el agragado de Lee Konitz en saxo alto, “These Foolish Things”, “You Go To My Head”, “If I Had You”, “Ghost Of A Chance” y “All The Things You Are”. Y Konitz, en realidad, mucho más que como un invitado aparece como un hermano un poco díscolo pero, al fin y al cabo, de la misma sangre. Las subdivisiones rítmicas, aunque igualmente osadas, siguen rumbos distintos en el saxofonista y en Tristano. El despliegue melódico del primero sobre los complejos acordes del segundo tienen un lirismo distinto, menos contenido, en Konitz que en Tristano. Pero, claramente, cada uno de ellos comienza a pensar –y a tocar– a partir de lo que piensa –y toca– el otro. Hay por otra parte, una línea que une “Line Up”, “Requiem” y, ya en The New Tristano, “C Minor Complex”. Esos temas, como las últimas sonatas para piano de Beethoven aunque por otros medios, dibujan una esencia que está por detrás de la particularidad de cada obra. Allí aparece, descarnado, el estilo de Tristano. Ni más ni menos que el que, aunque pocos lo sepan, sostiene, todavía, el lado más rico, más libre, más osado y creativo del jazz.
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